37. Del Primate al Humano, Parte 2

23 de Enero de 2014. Temas: Historia de la Vida, Origen del Hombre

Nota: Esta serie de artículos ha sido concebida como una introducción básica a la ciencia de la evolución para no especialistas. Aquí se puede ver la introducción a esta serie o volver al índice aquí.

En este artículo tratamos sobre los primeros hallazgos paleontológicos de los homininos y su aceptación en la comunidad científica.

En el último artículo de esta serie examinábamos las especies conocidas del registro fósil que están cerca de la última población ancestral común que compartimos con nuestros parientes vivos más cercanos, los chimpancés. Como hemos explicado, las especies más estrechamente emparentadas con nosotros que con los chimpancés forman el grupo de los homininos. Y como veremos, el linaje del que emergió la especie humana es la única rama viva de lo que una vez fue un grupo diverso de especies relacionadas.

Los homininos (rodeados en azul) son las especies más estrechamente relacionadas con la especie humana que con los chimpancés. La especie humana es el único linaje superviviente de lo que una vez fue un diverso grupo de especies de homininos. Los homininos están anidados dentro de los homínidos, que incluyen a todos los grandes monos (“great apes”), a su última población antecesora común, y a todas las especies descendientes de dicha población.

 

La Paleontología de este grupo es interesante, no sólo por sus aspectos científicos, sino también por la historia que los rodea. El enorme interés que rodea a nuestros parientes evolutivos, las ideas preconcebidas sobre cómo y dónde sucedió la transición del mono al hombre, y el orgullo y la decepción humanos jugarían todos un papel significativo a la hora de moldear el descubrimiento e interpretación de los primeros fósiles de los homininos.

En busca del “eslabón perdido”

Cuando Darwin publicó El Origen de las Especies en 1859, y luego El Origen del Hombre en 1871, el conocimiento científico del registro fósil de los homininos era prácticamente inexistente. Aunque los primeros huesos de Neandertales se habían descubierto en los años 1850, y que también hubo otros descubrimientos de Neandertales posteriores en los años 1880, la comprensión de lo que estos hallazgos significaban tardaría todavía décadas. Después del trabajo de Darwin se generó un enorme interés por identificar las formas de transición entre los humanos y las especies de monos vivientes. Sin embargo, morfológicamente, los Neandertales estaban lo bastante cerca de los humanos modernos como para que los científicos dudaran de que fueran especies distintas. Lo que se esperaba, y se buscaba, eran las hipotéticas formas conocidas comúnmente como “eslabones perdidos”, en una progresión ascendente, como una escalera, desde el mono al hombre. La interpretación del grupo de los homininos como un árbol frondoso, en lugar de como una escalera, confundió a los científicos durante algún tiempo, y aún más al público en general.

En este contexto fue en el que Eugene Dubois partió hacia Indonesia a finales de los años 1880 para buscar fósiles que relacionaran a los humanos con los monos (A pesar de que la conclusión de Darwin, a partir de las pruebas disponibles, era que el origen de la especie humana se encontraría en África, el consenso preconcebido anterior, en su gran mayoría, era que los humanos tenían su origen en Asia). Dubois fue el primer científico que deliberadamente buscó tales fósiles y lo logró con un gran esfuerzo y pasando dificultades personales. Dubois descubrió los primeros fósiles de lo que más tarde sería conocido como Homo erectus en Indonesia: un fósil que provocativamente llamó Pithecanthropus erectus, el “hombre-mono que se mantiene erguido”. Desafortunadamente para Dubois, sus hallazgos eran fragmentarios: algunos dientes, la parte superior de un cráneo y un fémur; y generalmente no fueron bien admitidos por la comunidad científica del momento. A causa del pequeño tamaño cerebral de su espécimen y de los huesos de las piernas, de apariencia humana, muchos pensaban que el “hombre-mono” de Dubois no era más que el descubrimiento coincidente de unos restos humanos mezclados con los de alguna especie extinguida de mono. Este escepticismo fue en parte alimentado, en ese momento, por la suposición de que había sido la evolución del cerebro la que había separado a los seres humanos de los monos. Se esperaba, pues, que el “eslabón perdido” tuviera un cuerpo como de un mono y un cráneo de un tamaño más parecido al humano. Y no fue hasta varias décadas después que la interpretación de Dubois del Pithecanthropus no sería aceptada (que se trataba ciertamente de una especie con un cuerpo parecido al humano y un cerebro pequeño como el de un mono).

Las opiniones de Dubois sufrirían otro revés en 1912, al descubrirse otro fósil que combinaba perfectamente el conjunto esperado de caracteres intermedios: el infame Hombre de Piltdown. Más tarde se demostraría que este “hallazgo” había sido una falsificación construida con un cráneo humano moderno destrozado, con la mandíbula de un orangután, incluso con dientes limados para cumplir con las expectativas de aquel momento de algo intermedio entre los humanos y los monos vivientes. Como había pasado antes, las críticas hicieron surgir la duda de que quizá este fósil fuera un montaje de la mandíbula de un mono extinguido con un cráneo humano, pero estas críticas fueron ampliamente silenciadas unos años después cuando un segundo cráneo, que coincidía con el primero, fue también “encontrado” en otro sitio cercano. Aunque la casualidad hubiera podido situar los restos de dos criaturas distintas juntos una vez, resultaba altamente improbable que lo hubiera hecho dos veces, y así el Piltdown llegó a ser aceptado por un tiempo.

Costaría bastante trabajo destronar al hombre de Pildown como el “eslabón perdido” entre la especie humana y los monos, pero finalmente la sospecha crecería hasta el punto de quedar demostrado el fraude. Y ese trabajo fue el continuo descubrimiento de restos de homininos legítimos; descubrimientos que fueron señalando cada vez más al Hombre de Piltdown como una rareza que no encajaba con el panorama que se iba descubriendo sobre la evolución humana.

Aparecen en escena los Australopitecinos

Uno de los descubrimientos que finalmente contribuyeron a desenmascarar al hombre de Piltdown fue una segunda especie de homininos que combinaba rasgos de humano con un volumen craneal subhumano. En 1924 el anatomista Raymond Dart [http://en.wikipedia.org/wiki/Raymond_Dart] examinaría fósiles de Tuang, Sudáfrica, y descubriría un hominino joven con un volumen craneal demasiado grande para ser un mono, pero por debajo incluso del de Homo erectus, descartando así que fuera humano. Como Dart contaba luego en sus memorias,

“Supe en el momento que lo que tenía en las manos no era un cerebro antropoide corriente. Aquí, en arena arcillosa consolidada, tenía la réplica de un cerebro tres veces más grande que el de un papión y considerablemente mayor que el de un chimpancé adulto. La sorprendente imagen de las circunvoluciones y los surcos del cerebro y los vasos sanguíneos del cerebro eran perfectamente visibles.”

“No era lo bastante grande para un hombre primitivo, pero incluso para un mono superior era un cerebro demasiado grande y, lo más importante, el prosencéfalo, o cerebro anterior, era tan grande y había crecido tanto hacia atrás, que cubría por completo al rombencéfalo, o cerebro posterior.”

Dart publicó su trabajo en 1925 en la influyente revista Nature con el título: “Australopithecus africanus: El Hombre-mono de Sudáfrica” (“Australopithecus africanus: The Man-Ape of South Africa”). Sin embargo, al igual que había pasado con Dubois anteriormente, el trascendental descubrimiento de Dart sería acogido con frialdad, incluyendo la oposición de prominentes antropólogos convencidos, no sólo de que la evolución humana era una cuestión que debía empezar por el cerebro, sino también de que el origen del hombre se encontraba en Asia, más bien que en África. Estas críticas pusieron de manifiesto que, a menos que se encontrara un miembro adulto de la especie, el juvenil que Dart había descrito se trataba probablemente de un simple mono y no de una especie intermedia entre monos y humanos. Una vez más, la sombra del Hombre de Piltdown (con sus “adecuados” dientes de mono y su cráneo de aspecto humano) se cernía sobre este nuevo descubrimiento con su mezcla incongruente de dientes de apariencia humana y volumen craneal subhumano. Y al igual que Dubois antes que él, Dart tuvo que esperar a los nuevos hallazgos para ver cambiar la tendencia de la opinión científica.

En el siguiente artículo de esta serie exploraremos cómo el trabajo continuo en la Paleontología de los homininos acabó por proporcionar un cuadro más claro de su evolución y, finalmente, desenmascaró el fraude del hombre de Piltdown.

 

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