49. La Evolución y el Cristiano, Parte 2: Formidables y Maravillosas son tus Obras

16 de Octubre de 2014. Temas: Cultures Antiguas, Autoridad Bíblica, Interpretación Bíblica, Acción y Propósito Divinos

Nota: Esta serie de artículos ha sido concebida como una introducción básica a la ciencia de la evolución para no especialistas. Aquí se puede ver la introducción a esta serie o volver al índice aquí.

En este artículo seguimos discutiendo las implicaciones teológicas del mantenimiento de una postura evolucionista sobre la creación.

En el último artículo de esta serie abordamos una objeción teológica frecuente a la creación evolucionista: la idea, equivocada, de que la evolución, como proceso estocástico o “aleatorio” y, por tanto, no determinístico, tiene por ello que carecer de un propósito. Como vimos, los procesos estocásticos son, con frecuencia, altamente predecibles, y pueden utilizarse para lograr un resultado predeterminado, incluso si no hay una ruta concreta previamente especificada.

La segunda objeción a la creación evolucionista, también frecuente, es que el origen evolutivo de la humanidad cuestiona, de alguna manera, el que hayamos sido creados a imagen de Dios. En algunos casos la objeción pivota sobre el verbo creado; en otros casos la naturaleza de la imagen, la Imago Dei, es el motivo de preocupación. Vamos a abordar estos asuntos uno por uno.

La creación y el origen de la materia

Una de las dificultades, al entablar esta conversación, es el hecho de que, como cristianos occidentales del siglo XXI, estamos acostumbrados a entender los términos creación y creado de una cierta manera cuando hablamos de las acciones de Dios. Nos guste o no, somos el producto de la Ilustración y vivimos en una cultura imbuida por la ciencia. Y por tanto, intuitivamente esperamos que el Génesis dé respuesta a las preguntas que nuestra cultura se hace sobre la historia de la creación: ¿De dónde vienen todas las cosas? ¿Cómo se hicieron? ¿Cuándo se hicieron?, y así, sucesivamente. Para nosotros, cuando discutimos sobre la idea de Dios creando algo, pensamos reflexivamente en una creación de la nada; la doctrina cristiana de la creatio ex nihilo. Para nosotros la creación es repentina, sobrenatural y espectacular: se refiere a la producción instantánea de materia previamente inexistente. En consecuencia, intuitivamente esperamos que la audiencia original del Génesis también pensaba en esos términos.

Lo que resulta interesante sobre este tema es que el rango de significados de la palabra creado y de los términos semejantes, incluso en inglés, es mucho más amplio que el de sólo producir materia de la nada. Pensemos en las frases siguientes:

En el principio creó Dios los cielos y la tierra.

Van Gogh es un artista muy reconocido por su genio creativo.

Como cristianos, somos llamados a administrar, a ser mayordomos de la creación de Dios.

El gobierno creó un comité para resolver la crisis presupuestaria.

Fijémonos en cómo entendemos la actividad creativa como creatio ex nihilo cuando nos referimos a Dios, pero pensamos en la creación en diferentes términos cuando nos referimos a los seres humanos. Para los hombres, “crear” puede significar un amplio rango de actividades, ninguna de las cuales implica la producción de materia a partir de la nada; y como resultado, el registro bíblico muestra que el concepto hebreo de “creación” era igualmente amplio, incluso cuando se refiere a las acciones de Dios. Por eso, eruditos como John Walton han argumentado que el Génesis 1 no es un relato sobre el origen de la materia, sino más bien una narración con un enfoque inequívocamente antiguo y del oriente próximo; un enfoque que trata sobre cómo Dios ordenó su obra en un sistema cohesionado y funcional, para beneficio de la humanidad. En otras palabras, es muy posible que la iglesia occidental haya estado interpretando mal el Génesis durante mucho tiempo; leyéndolo como a una audiencia de occidentales con mentalidad científica cuando, de hecho, fue escrito para una audiencia precientífica y no occidental. Y como arguye Walton, si las Escrituras no son un relato de los orígenes de la materia, entonces ningún relato científico de los orígenes de la materia, tales como la evolución biológica, puede entrar en conflicto con las Escrituras y, por tanto, debería ser valorado estrictamente por sus méritos científicos. La argumentación de Walton es, desde luego, mucho más detallada de lo que podríamos resumir aquí, pero está fácilmente disponible en su libro El Mundo Perdido del Génesis 1: La Cosmología Antigua y el Debate sobre el Origen. (The Lost World of Genesis One: Ancient Cosmology and the Origins Debate) (IVP, 2009). Aunque, por lo menos, sirve para mostrar que la evolución no puede ser descartada apelando simplemente a la interpretación de la creación que se suele mantener por parte de los cristianos de hoy en día y que, como era de esperar, el contexto y el marco originales del Génesis eran claramente diferentes del nuestro.

La evolución y la Imago Dei

Una de las dificultades para relacionar la evolución con la doctrina de que los seres humanos han sido creados a imagen de Dios es que el cristianismo nunca ha tenido una opinión uniforme de lo que constituye exactamente la imago Dei: ¿Será nuestra capacidad para razonar? ¿O será nuestro parecido físico? ¿Otros atributos de los seres humanos que nos separan de los animales? O, como algunos han defendido, ¿se encontrará en la llamada de Dios para que nos relacionemos con Él, llenándonos con su Espíritu, y estableciéndonos como sus administradores sobre la creación? Incluso con toda esta diversidad, vale la pena mencionar que todas estas posibilidades no suponen ningún problema con un marco de creación evolutivo si estamos dispuestos a interpretar la creación como un proceso en el tiempo, en lugar de uno instantáneo de creatio ex nihilo. Sin embargo, para algunos objetores, el asunto está en si la imagen ha sido otorgada gradualmente o no, a lo largo de generaciones, o instantáneamente a ciertos individuos. Para aquellos que prefieren los atributos humanos distintivos como imago Dei, es fácil observar en el registro arqueológico que lo que consideramos rasgos humanos definitorios (como nuestra capacidad de razonar, la expresión artística, el lenguaje hablado y otros) fueron lográndose lentamente, a lo largo de milenios. Para los que prefieren la relación y la encomienda de Dios como imagen, podemos también pensar en ellos surgiendo gradualmente o, por el contrario, de repente mediante revelación específica. Aquí la ciencia no presta demasiada ayuda: la Biología puede decirnos que tenemos ciertos rasgos que nos diferencian de los demás animales, y puede arrojar luz sobre el proceso de evolución gradual de esos rasgos en una población amplia. Sin embargo, cuando de lo que se trata es de definir lo que constituye exactamente la imagen - y no digamos si se trata del cuándo y cómo la recibieron los seres humanos- hemos llegado a una cuestión teológica, y no a una científica. Y aquí sí tenemos una respuesta teológica atestiguada de inmediato en el Génesis: los hombres fueron creados a imagen de Dios y fuimos creados así porque Dios así lo quiso. Aunque, como hombres modernos, queremos saber las respuestas a nuestras preguntas científicas de qué, cuándo y cómo, quizá la mejor respuesta es la que Dios ya nos ha dado: ¿A imagen de quién fuimos creados?: A la suya propia. Y como vemos en la persona de Jesús, llevar la imagen significa ser verdaderamente humano; y ser verdaderamente humano es reflejar a nuestro Padre celestial en su perdido y doliente mundo.

En el último artículo de la serie, abordaremos el espinoso asunto de la unidad cristiana en el contexto de la adopción de la creación evolutiva.

Lecturas complementarias

Notas

- Nota sobre el título: En el original: “Fearfully and Wonderfully Made”.



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